martes, 22 de abril de 2014

imagina que una persona entra a un café

Imagina que entras a un café, fue un día largo, lleno de cosas que  no tienen relevancia, estás cansado y tienes un humor de los cien mil diablos. Ahora imagina que tomas la primer mesita que encuentras, te sientas, abres tu mochila, pones sobre ella un libro, probablemente relacionado con tu trabajo o tus estudios, a un lado colocas tu computadora portátil, la cual va mucho más lenta que tu progreso económico, social y personal; comienzas a hojear el libro, piensas que tu carrera, o trabajo, son lo peor que te pudieron pasar. Reniegas, haces gestos y te impacientas por que el mesero no se digna a tomar tu orden, pero eso solo es una excusa para sacar toda tu frustración acumulada.

Ahora imagina que por fin el dichoso mesero viene a atenderte, pides un café y unas galletas, no necesitas más, aunque en realidad no tienes dinero para pedir algo más; agradeces de dientes para afuera su amabilidad. Al retirarse él, imagina que frente a ti te topas con la persona más guapa que tus ojos pudieran mirar, sus facciones son exactamente como te gustan; su cabello es sedoso y brillante, sin mencionar que tiene el largo y el color que te hacen babear; su cuerpo, uf, su cuerpo es de ensueño, su torso, sus piernas, su todo. Todo en esa persona es lo que has esperado desde que tienes memoria y tristemente sabes que no te va a pelar, ¿por qué? imagina que tu autoestima está encerrada en lo más recóndito del infierno, allá donde las llamas arden solo un poco más fuerte que tu cara sonrojada, agregando que tienes la gracia y la labia de un tiburón paseando en bici por las calles de Morelia.

Ahora, imagina que cruzas la mirada con ese personaje perfecto. Te CAGAS de la emoción, no sabes que hacer, ni siquiera sabes que en ese momento debiste de perderte de la manera más tonta e indiscreta posible en las páginas de tu aburrido libro. Imagina que sorprendentemente te regala una sonrisa tan natural y tan hermosa que provoca que el aire se te salga del pecho y obviamente sonríes para no parecer la persona más amargada del mundo (aunque lo seas).

Imagina entonces, que al día siguiente regresas a ese mismo café, a la misma hora, tomas la misma mesita y pides exactamente lo mismo que pediste el día anterior y tienes la estúpida esperanza de que vas a encontrar a esa persona perfecta esperando en la misma silla... ahora imagina que tienes la maldita suerte de que efectivamente esté ahí, y no solo te percatas tú, también tu contraparte se percata de tu presencia.

imagínate que durante el resto de la semana y una semana más, vas a ese mismo café, a esa misma hora, te sientas en esa misma silla y resulta que esa persona va ahí, al igual que tú, cada día, a la misma hora, a la misma mesa, excepto el domingo.

Imagina después que decides hablarle, se caen bien al instante y mágicamente la charla que existe es interesante y divertida.

Imagina que se ven en ese café por el resto del mes, a la misma hora y siempre pidiendo lo mismo, pero sin preguntar ninguno su nombre ni otro aspecto de la vida del contrario. Charlan, se quejan y las cosas evolucionan de una manera exquisita que ni siquiera en un plan perfecto hubieran salido tan bien.

Imagínate que un día decides invitarle a algún otro lugar, tienes la idea de salir del café y acepta, imagina ahora, que el lugar sugerido es tu casa y, con actitud entusiasmo y temor, aceptas. Al pasar por tu puerta con aquella compañía te das cuenta que no es una pocilga tan asquerosa y fea como siempre lo habías creído... ahora imagina que en cuestión de unos minutos, ya se encuentran en tu pequeña cama embarrados en un ritual de sentimientos inundado de sudor, gemidos y pasión.

Ahora quiero que te imagines que el siguiente mes y el que sigue serán iguales a ese día, un café que propiciaba una tarde completamente perdida en su compañía y piensas que es raro, que esta persona no sabe tu nombre y tú no sabes el suyo, pero a ninguno parece importarle, mucho menos molestarle y el tiempo transcurre y el infierno solo es un vago recuerdo.

Imagina que llegas un lunes puntual al café, te sientas en la misma silla que has usado durante los últimos 4 meses, te adelantas y café y galletas, como siempre,  que con el paso del tiempo se han convertido en una de las cosas que más te gustan en el mundo, esperas y el tiempo pasa, no pasa lento, ni pasa rápido, pasa a la velocidad con la que debería de pasar y nadie ocupa otro lugar en esa mesa.

Por último, imagina que regresas al día siguiente y al siguiente y durante el resto del mes... y no vuelves a saber de esa persona, pero no te deprimes, no te entristeces como probablemente lo hubieras hecho hace un par de meses, solo comes tus galletas, bebes tu café y sacas tu aburrido libro para leer y para mejorar en lo que hace mucho tiempo no disfrutabas tanto.

Listo.


Ahora entra al café, siéntate, acomoda tu portátil, saca tu libro de la mochila, pide un café con galletas y mira del otro lado de la estancia...