Imagina
que entras a un café, fue un día largo, lleno de cosas que no tienen relevancia, estás cansado y tienes
un humor de los cien mil diablos. Ahora imagina que tomas la primer mesita que
encuentras, te sientas, abres tu mochila, pones sobre ella un libro,
probablemente relacionado con tu trabajo o tus estudios, a un lado colocas tu
computadora portátil, la cual va mucho más lenta que tu progreso económico,
social y personal; comienzas a hojear el libro, piensas que tu carrera, o
trabajo, son lo peor que te pudieron pasar. Reniegas, haces gestos y te
impacientas por que el mesero no se digna a tomar tu orden, pero eso solo es
una excusa para sacar toda tu frustración acumulada.
Ahora
imagina que por fin el dichoso mesero viene a atenderte, pides un café y unas
galletas, no necesitas más, aunque en realidad no tienes dinero para pedir algo
más; agradeces de dientes para afuera su amabilidad. Al retirarse él, imagina
que frente a ti te topas con la persona más guapa que tus ojos pudieran mirar,
sus facciones son exactamente como te gustan; su cabello es sedoso y brillante,
sin mencionar que tiene el largo y el color que te hacen babear; su cuerpo, uf,
su cuerpo es de ensueño, su torso, sus piernas, su todo. Todo en esa persona es
lo que has esperado desde que tienes memoria y tristemente sabes que no te va a
pelar, ¿por qué? imagina que tu autoestima está encerrada en lo más recóndito
del infierno, allá donde las llamas arden solo un poco más fuerte que tu cara
sonrojada, agregando que tienes la gracia y la labia de un tiburón paseando en bici
por las calles de Morelia.
Ahora,
imagina que cruzas la mirada con ese personaje perfecto. Te CAGAS de la
emoción, no sabes que hacer, ni siquiera sabes que en ese momento debiste de
perderte de la manera más tonta e indiscreta posible en las páginas de tu
aburrido libro. Imagina que sorprendentemente te regala una sonrisa tan natural
y tan hermosa que provoca que el aire se te salga del pecho y obviamente
sonríes para no parecer la persona más amargada del mundo (aunque lo seas).
Imagina
entonces, que al día siguiente regresas a ese mismo café, a la misma hora,
tomas la misma mesita y pides exactamente lo mismo que pediste el día anterior
y tienes la estúpida esperanza de que vas a encontrar a esa persona perfecta
esperando en la misma silla... ahora imagina que tienes la maldita suerte de
que efectivamente esté ahí, y no solo te percatas tú, también tu contraparte se
percata de tu presencia.
imagínate
que durante el resto de la semana y una semana más, vas a ese mismo café, a esa
misma hora, te sientas en esa misma silla y resulta que esa persona va ahí, al
igual que tú, cada día, a la misma hora, a la misma mesa, excepto el domingo.
Imagina
después que decides hablarle, se caen bien al instante y mágicamente la charla
que existe es interesante y divertida.
Imagina
que se ven en ese café por el resto del mes, a la misma hora y siempre pidiendo
lo mismo, pero sin preguntar ninguno su nombre ni otro aspecto de la vida del
contrario. Charlan, se quejan y las cosas evolucionan de una manera exquisita
que ni siquiera en un plan perfecto hubieran salido tan bien.
Imagínate
que un día decides invitarle a algún otro lugar, tienes la idea de salir del
café y acepta, imagina ahora, que el lugar sugerido es tu casa y, con actitud entusiasmo
y temor, aceptas. Al pasar por tu puerta con aquella compañía te das cuenta que
no es una pocilga tan asquerosa y fea como siempre lo habías creído... ahora
imagina que en cuestión de unos minutos, ya se encuentran en tu pequeña cama
embarrados en un ritual de sentimientos inundado de sudor, gemidos y pasión.
Ahora
quiero que te imagines que el siguiente mes y el que sigue serán iguales a ese
día, un café que propiciaba una tarde completamente perdida en su compañía y
piensas que es raro, que esta persona no sabe tu nombre y tú no sabes el suyo,
pero a ninguno parece importarle, mucho menos molestarle y el tiempo transcurre
y el infierno solo es un vago recuerdo.
Imagina
que llegas un lunes puntual al café, te sientas en la misma silla que has usado
durante los últimos 4 meses, te adelantas y café y galletas, como siempre, que con el paso del tiempo se han convertido
en una de las cosas que más te gustan en el mundo, esperas y el tiempo pasa, no
pasa lento, ni pasa rápido, pasa a la velocidad con la que debería de pasar y
nadie ocupa otro lugar en esa mesa.
Por
último, imagina que regresas al día siguiente y al siguiente y durante el resto
del mes... y no vuelves a saber de esa persona, pero no te deprimes, no te
entristeces como probablemente lo hubieras hecho hace un par de meses, solo
comes tus galletas, bebes tu café y sacas tu aburrido libro para leer y para
mejorar en lo que hace mucho tiempo no disfrutabas tanto.
Listo.
Ahora
entra al café, siéntate, acomoda tu portátil, saca tu libro de la mochila, pide
un café con galletas y mira del otro lado de la estancia...